19.5.11

El Regreso y el Adiós (Dedicado al Querido Diegote)

Muchos han intentado volver. Pero pocos han cumplido con las expectativas. Viejas leyendas hay retornado a los pagos y han visto de a poco que el mundo al que pertenecían había cambiado tanto que su regreso no formaba ya más parte de la realidad.

Desde Perón a Maradona en su última aparición. No todos pueden quedar conformes con los regresos.

Incluso los lobos que dejan la manada vuelven, y lo hacen con el objetivo de pasar los últimos momentos de sus vidas antes de partir.

Pero la manada puede cambiar tanto que ni siquiera reconocen a ese cacique que la vida les puso en el camino.

Esas son las jaurías que quedan al margen, las que son devoradas por los de afuera.

En cambio, aquellas que respetan y recuerdan con alegría y cariño a los lobos que regresan, retoman y encarnan una forma especial de vida.



Los regresos no pueden ser eternos.



En la Antigua China de hace miles de años, Shun Li, era profeta. Guardaba celosamente sus predicciones en una pequeña caja de madera, que solo él conocía.

Cuando los pueblerinos iban a su encuentro y lo consultaban, Shun Li pedía permiso, se escabullía en su casa, y volvía con un papel con una predicción.

El viejo poblado de Tai Pai, en la China Meridional era muy prospero, gracias a el oráculo de Li.

El profeta acertaba siempre en sus predicciones con una exactitud que no dejaba lugar a la duda. El gobierno popular del poblado utilizaba esas predicciones para mejorar la calidad de vida de los que la habitaban.

Tan próspero se volvió el poblado que de otro lugares de la China vinieron en su consulta. Shun Li, siempre muy correcto y amistoso agradecía la confianza depositada de los forasteros, pero les explicaba que sus predicciones no podían ir más allá del puente Dai, el que separaba a Tai Pai del poblado más cercano.

Los hombres que viajaban de tan lejos recibían sin embargo pequeños oráculos de algunos sucesos de su vida futura, y siempre se marchaban con felicidad por conocer a Shun Li.

“Serás padre a los 26 años” o “Verás florecer tu jardín una mañana de agosto” eran suficientes para aquellos desafortunados que venían en búsqueda de respuestas. Casi siempre, en la historia de la humanidad, aquel que busca respuestas siempre suele encontrar alguna. Aunque no sea la verdadera, las respuestas allí están. Bastará con saber si uno es escéptico o crédulo para obtenerlas.

Cuando el emperador se enteró de las profecías de este campesino de Tai Pai, envió un emisario a ponerlo en ridículo.

Al Emperador Amarillo no le gustaban los profetas ni los oráculos. Y en vez de asesinarlos y convertirlos en mártires, usaba una técnica de desengaño. Durante mucho tiempo, los emisarios del Rey Sol viajaban por el imperio desenmascarando fraudes y exponiendo (a veces a la fuerza) a los farsantes que decían que veían el futuro.

El joven Fu Yang, fue el encargado de la misión. En una de las reuniones que hacía Shun Li, en la puerta de su humilde morada, apareció este forastero que con aires altaneros trato de desafiar al maestro.

Sin vueltas, se acercó hacia él y le dijo:

“Tu que crees saberlo todo, respóndeme aquí y ahora, delante de esta muchedumbre que aún cree en ti. Cuando es que te sorprenderá la muerte, impostor”.

Enseguida, varios pobladores ofendidos trataron de hacer justicia con el emisario. En ese momento, el profeta de Tai Pai los apartó con un gesto. Se volvió para su hogar, y retornó con uno de los papeles que estaba en su pequeña caja de madera.

El maestró lo leyó en voz alta:

“La muerte es inevitable. Todo es muerte, y por lo tanto nada lo es, yo moriré hoy”.

Nadie hablaba. Todos se miraban unos a otros esperando más palabras del profeta.

Luego de una larga pausa prosiguió.

“Como todos los insensatos, tu buscaste lo que para ti iba a ser una prueba muy difícil de lograr. Pero no has podido ver que mi predicción está sujeta a mi propia vida. Y yo puedo morir cuando yo lo decida. Hubiera sido más bienaventurado consultarme sobre las vidas de los demás, de las cuales no tengo poder alguno. Mi predicción es que voy a morir hoy, en escasos momentos, luego de asesinar a un insensato”.

Shun Li blandió de entre sus ropas un pequeño puñal, con el que degolló al emisario del emperador. Luego, limpió la sangre del puñal y se lo enterró en el corazón.

Todo el poblado de Tai Pai lloró la muerte del profeta. Las cosas nunca volvieron a ser como antes

En menos de dos años, el poblado de Tai Pai desapareció en un mar de odios, resentimientos y venganzas. Nadia pudo verlo venir, solo el profeta que desapareció sin dejar rastros de su caja de profecías.

Durante miles de años en donde alguna vez existió Tai Pai, los seguidores de Shun Li esperaron el regreso de su profeta.

Una mañana fría de invierno, allá por el 1100 de nuestra era, un hombre viejo con una pequeña cajita de madera en sus manos apareció en donde alguna vez estuvo el pueblo de Tai Pai.

Decía ser la reencarnación del profeta Shun Li. Y decía también que esta era la caja original donde el profeta encontraba los augurios futuros.

Los pocos que rodearon al hombre no creyeron en su palabra, y lo increparon por querer nombrar en vano el nombre de su profeta.

El viejo fue ajusticiado ahí nomás. Cuando fueron a despojarlo de sus bienes y de la supuesta caja de madera esta había desaparecido. Solo dos papeles en su mano quedaban.

Uno de ellos rezaba:

“Bienaventurados aquellos que al regreso del profeta sepan reconocerlo como tal, y creyendo ciegamente en él lo acojan y lo consideren bendito. Porque el regreso de un profeta debe ser motivo de alegría y de regocijo. Aquellos que no lo vean y disfruten como aquí yo lo digo están condenados a la espera eterna de algo que ya pasó y que no volverá a pasar. El regreso es uno solo y aquellos que no lo sientan no merecen otra cosa que esperar eternamente un suceso que nunca va a suceder”

Nada se sabe hoy de aquellos hombres. Dicen los Hombres Sensibles que todos murieron esperando. La Diosa Fortuna hizo que sus hijos y sus descendientes jamás creyeran en la espera y el regreso. Ese fue su castigo eterno.

Luego de muchos años de investigación, el imperio dio a conocer la segunda carta que el profeta había traído en su reencarnación. Esta no era ninguna profecía, sino una especie de autorreferencia. En el Siglo XVII fue publicada al tiempo que el Emperador Fo Hi reconoció a Shun Li como profeta del viejo Imperio Chino. Ya para ese entonces, a nadie le importaba el maestro Li. Sin embargo su pequeña historia es más que elocuente:

“El duque Ling era un cruel tirano del Estado de Tsin que tenía la costumbre de cazar a sus súbditos como si fueran animales salvajes. Súbitamente entusiasmado por las artes, convocó a su palacio a los mejores pintores de la región y los obligó a trabajar día y noche. Era su intención que las obras de aquellos artistas fueran las más perfectas de los estados chinos. Todos los días, el duque inspeccionaba las pinturas. Jamás las encontraba de su gusto. Se complacía en señalar a cada pintor la diferencia entre las ilustraciones y la realidad.

- Por qué el ruiseñor parece más grande que el perro? -preguntaba con ironía-. Dónde se han visto soles verdes? Por qué no puedes pintar la lluvia con cada una de sus gotas? Ese mandarín jamás podrá entrar por la puerta de la pagoda que se divisa en el fondo.

Muy frecuentemente los pintores pagaban su incompetencia con la vida. Finalmente, hizo traer desde Ch'u al pintor y calígrafo Hui, que tenía un prodigioso dominio del pincel y estilete. Sus obras reproducían la realidad de un modo tan fiel que muchas veces se confundían con ella. Las abejas solían acercarse a los jazmines que dibujaba Hui. También realizaba estupendos trabajos de escultura y orfebrería. Había construido una jaula de plata con dos pájaros de oro en su interior, tan perfectos que los servidores del palacio les acercaban mijo para alimentarlos. Las frutas de cera engañaban a los mirlos más astutos.

El tirano Ling, asombrado ante aquellas imitaciones, le ordenó que le hiciera un retrato. Hui, apartándose de las reglas tradicionales de la etiqueta y el dibujo, que recomendaban disimular las asimetrías del modelo, terminó la obra con la mayor exactitud. Parecía tan real que los cortesanos tomaron por costumbre hacer una reverencia al pasar frente al retrato. Todos dijeron que los dibujos de Hui formaban parte de la naturaleza y que cualquier intento de mejora en ellos sería de una grave falta.

Una tarde, el sabio consejero y ministro Chau Tun se atrevió a cuestionar seriamente esta clase de realismo. Dijo, en presencia del duque, que el arte debe diferenciarse de la realidad, ya que esas diferencias son precisamente las que producen placer a los espíritus sensibles. Es el artista y no la naturaleza el que decide el rumbo a seguir. Es el poeta y no la flor el que elige las palabras que serán para nosotros una rosa.

El tirano Ling expulsó a Chau Tun de la corte. Pero no pudo impedir que sus preceptos fueran seguidos por todos los artistas. A partir de entonces, para pintar una mariposa, se pintaba una joven. Para aludir al tiempo, se dibujaba un llanto. Para nombrar un diamante, se hablaba de una estrella.

Los historiadores del Estado de Tsin comprendieron aquellas lecciones y cuando el tirano fue estrangulado por un pariente, escribieron que el Arquero Celeste había clavado una flecha en el retrato de Ling y que éste había muerto al instante.

Ahora mismo, yo les cuento esta historia para decir que el cielo está gris y que nadie me ama."