5.9.12

La Sustituta (primera edición no corregida ni aumentada)

Fernán Sandoval vivía en Buenos Aires. Escritor de profesión, su vida se dividía entre sus libros y su novia, una joven llamada Julieta Pérez.

Hacía poco tiempo que había enviudado. Su mujer era todo lo que él deseaba. Fue su gran amor de la vida, con quién había planificado hijos y amores eternos. Pero un octubre lluvioso, el diablo metió la cola y decidió que ya no era tiempo para que estén juntos.

Poco tiempo después, Sandoval conoció a Julieta, una hermosa mujer de 30 años. Morocha con ojos profundos color verde. Pelo largo hasta la cintura. Esbelta. Su hermosura era solo comparable con su devoción por el escritor.

Hacía todo por él, incluso ser un apéndice maltratado del autor. Siempre dispuesta a estar a su lado, dejaba todo por ser su amor, lo acompañaba adonde sea, pensaba siempre en él. Y pedía muy poco a cambio.

Fernán era todo lo contrario, malhumorado, malagradecido, gris y muy poco demostrativo. Solo escribía poemas de amor cada tanto, para lograr volver a hechizar a la preciosa joven.

Durante los años que duró su relación, si es que podemos llamarla así, hubo un sinfín de peleas y desplantes. Una típica historia de amor entre dos, donde uno no ama y el otro deja todo.

“Así es el verdadero amor, donde no duele y no hay rechazo no hay amor, solo hay encantamiento” decía entre whiskys con sus amigos más cercanos.

Un día Julieta comenzó a dudar de su amor. Cansada de ser un trapo de piso y de dar todo sin pedir nada a cambio decidió abandonar a Sandoval, no sin antes desearle una muerte lenta y llena de pesares amorosos. El escritor nunca fue el mismo desde esa noche fría de junio.

Al principio se alegró, creyendo que era el final de una historia que nunca debió suceder, que su nueva vida comenzaría en ese momento. Sus amoríos eran suficientes para no extrañar las noches de pasión de Julieta. Tenía todo lo que quería, o por lo menos, eso pensaba. En su cabeza comenzó a formarse la idea de volver a enamorarse, de querer retomar esa vida de cariño y dulzura que alguna vez supo forjar. Se lamentó de las pérdidas y perjuró volver a encontrar el amor.



Meses después de la separación de Julieta sintió por primera vez que la extrañaba, que la deseaba. Intentó buscarla, escribió cartas y poemas. Pero ella no respondía nada. Un oscuro sentimiento se forjó en su interior mientras más se alejaba de ella.

Pretendió olvidarse y maldecirla, y buscar nuevos amores. Así conoció a varias mujeres que una tras otra fueron rompiendo el encanto y lo devolvieron a una realidad llena de soledad y tristeza.

El escritor ya no dormía, se pasaba las noches en vela frente a su vieja Olivetti, intentando recordar como escribirle al amor. Los resultados eran horrendos; hojas y hojas de llanto, de amarguras y de desazones. Las editoriales se peleaban por vender esos libros llenos de oscuridad. Mientras más crecía su fama, más solo se sentía. Algunas mujeres, atraídas por su estado emocional comenzaron a acercarse al maduro escritor.

Él no podía rechazarlas, aunque nunca lucía la más mínima intención de lograr encontrar vínculos emocionales.

Así Sandoval dejó su ciudad, dejó sus amistades y se mudó lejos. Su obsesión era inmensa y no podía detener su pensamiento que solo la nombraba a ella.

Se interesó por los escritos de magia negra, de hechizos, pócimas y demás elucubraciones. Ninguno logro traerla de nuevo. Continuaba escribiéndole, sin recibir respuestas.

Una noche de desesperación tuvo una idea para mitigar su dolor. El cabaret del pueblo estaba semivacío, los mismos parroquianos y las mismas prostitutas y ese olor a desdén que ahogan el ambiente. Mientras el whisky se esfumaba de su copa intentaba buscar entre las sombras del mal iluminado antro.

Del fondo del lugar, casi de una catacumba se asomo Tiffany, una jovencita de unos 33 años. Esbelta, morocha de pelo largo, con unos ojos verdes intensos. El alcohol confundió la vista de Sandoval y por un momento su corazón volvió a latir.

Sin perder tiempo, se levantó de su asiento y corrió hacia ella. “Corramos lejos de aquí, yo soy el que te va a hacer feliz para siempre” le dijo.

Tiffany no sabia de lo que el lúgubre hombre le estaba hablando.

“¿Es que no entiendes? Vámonos ya de aquí. Voy a darte todo para siempre y serás feliz a mi lado”.

La joven sonrió. Un rayo de luz se posó sobre su rostro y el escritor comenzó a llorar de emoción.

“Yo no soy quien crees. Solo soy una joven sin nada que perder. Pero si me prometes todo y me regalas amor, iré adonde me lleves”.

Ambos se alejaron en la noche de luna llena. Hicieron el amor durante horas en un campo, iluminados solo por la luz de la luna. Durante toda la noche la vio dormir. Sonreía como lo hacía Julieta. Su semejanza era notable.

El poeta enamorado le dijo susurrando: “Yo se que no eres quien quiero que seas. Pero si estas dispuesta, te daré lo que no pude a ella y tu solo tienes que tomarlo y ser feliz. Solo hay una condición, debes permitirme que te llame Julieta”.

La joven sonrió profundamente y lo abrazó.

Durante 30 años estuvo junto a ella. Su vida estuvo llena de amor y de dicha. Tuvieron un hijo y una hija. No tuvo deseos de volver nunca a escribirle a su antigua amada, pues ya tenía una sustituta que lograba satisfacerle todas sus necesidades.

A los 70 años, Sandoval estaba agonizando, a su lado su hermosa sustituta lo consolaba: “Has hecho realidad el sueño de mi vida. Me has dado todo el amor que siempre quise. Tal vez no lo hiciste cuando debiste, pero tu lucha y persistencia hicieron que estemos juntos. Volvería a elegirte mil veces. Sabiendo que nuestro destino nunca fue estar juntos. La eternidad nos volverá a encontrar. Me queda tu recuerdo y tus cartas tan hermosas. Nunca me fui, nunca me iré. Nunca es suficiente cuando el amor esta en juego. Te amo”.

Sandoval poco escucho de ese emotivo discurso. Su cansancio lo venció poco antes del final.

Y ahí seguía Julieta, como el primer, día siempre dispuesta a estar a su lado, siempre con una caricia y un abrazo tierno. Llorando al amor de su vida que había llegado tarde. Ella comprendía que el amor era así, y que ni la muerte puede separarlo. La verdadera Julieta, la única, siempre dispuesta a dejar todo por su querido Sandoval…