30.12.11

OTRO AÑO Y UNA DESPEDIDA DIFERENTE...

Tenia otra forma de terminar el año. Con dedicación e historias a modo de reflexión. Pero la inspiración fue siempre de mitades. Nunca completa. Y no pude más que soslayarla de esta manera.

Las fiestas son difíciles a veces. Especialemnte cuando tratamos de hacer un balance y recordar a las personas que durante el año no han traido alegrías.
Odio esas falsas reuniones familiares, donde nada de lo que es real sucede, y todos con una sonrisa falsa, propia de un horrible y destilado sabor de superioridad tiran como si fuera algo nuevo.
Y las preguntas que a nadie interesa preguntar y mucho menos contestar, y esas broncas familiares que tienen ya décadas, y el pasado, oscuro, y toda esa farsa transformada en alegria despues de las doce.
No es lo mio. En mi caso, paso navidad con mi vieja y con mi tio (y con mi perra) las unicas personas de mi grupo familiar con quienes no hay broncas y creo que a nuestro modo hay una sinceridad casi total.

No quiero brindar obligado. No brindo este año con quien no quiero.
Y voy a empezar un 2012 y terminar un 2011 despotricando contra todos aquellos que siempre quise despotricar y no pude.
No voy a brindar nunca más con los cobardes, con los que se dejan manejar la vida, con aquellos que las familias les han dado consejos y buenos modales y por solo ese hecho estan en relaciones vacías y sin sentido, con esa clase de calaña no brindo más.
Tampoco voy a brindar con los envidiosos del amor, con aquellos maniqueos que ven amor y lo envidian con rencor y no ven que el amor es la prueba de que el mundo es mejor.
No brindaré más por los nenes y las nenas de mama y papa. Por aquellas personas que han tomado el camino facil de la vida, sin esfuerzos, sin ganarse las cosas, a las que los padres les han dado todo y por eso no saben apreciar lo que es la lucha.
No brindo más con aquellos que me han defraudado y herido. Con esas antiguas novias de salón que parecían amarme y de repente se borraron. Tampoco brindaré con aquellas que vendieron espejos de colores que yo compré.
No brindo más con gente histérica, ambivalente, imbecil, que te dice que esta todo bien y después cuando te enganchas o queres ver que pasa se borra.
No brindo más tampoco con los falsos amigos, que lo unico que saben decir es quejarse porque uno se borró pero jamás hacen intentos de contactarse, es esa gente que se queja de todo pero no propone nada a cambio. ´
No brindo más por esas viejas relaciones sin sentido, esos contactos aislados con gente que a la clara no vale nada de lo que dice valer. No brindo más con las familias perfectas, que esconden la mugre bajo la alfombra. Esas familias que se creen aristocráticas pero que son apenas unos estirados con suerte, que creen en la santidad del matrimonio y de la familia, y de las profesiones liberales, donde los espacios para los soñadores no están permitidos.
No brindo más al pedo, brindo porque quiero brindar y con quien quiero brindar. Será la vida menos concurrida, será, no me interesa.

Brindo por los amigos que están, a pesar de las distancias, y que cuando te ven te sonrien y te escuchan. Brindo por los viejos amigos que se han ido lejos y que a la distancia seguirán formando parte de mi (esta año se fueron dos, espero que no se vayan más antes que yo). Brindo por los que luchan y sostienen sus ideas y las llevan adelante. Brindo por los que se han recibido con esfuerzo y ahora tienen otro futuro.
Brindo por los nuevos compañeros, los nuevos amigos, las nuevas personas que de a poco van teniendo un lugar cada día más lindo en mi vida.
Brindo por los que he lastimado, porque no se lo merecían, porque merecen mejores cosas y no a un imbecil que se cree más. Brindo por los que he decepcionado o los que se han sentido engañados o bastardeados.
Brindo por el amor real, ese que se ve claramente en la gente enamorada. Brindo por los ojos eternos de una mujer con amor, y por el corazón del hombre que ama.
Brindo por lo bueno y no por lo malo, porque el 2012 realmente sea mejor, y si no lo es, porque me haga cargo de que no lo es.
Brindo por el cariño, la lucha, el compromiso.
Brindo por mi gente, que quiero mucho, y que aunque no lo demuestre lo suficiente son los que día a día me hacen queren brindar por un mundo mejor.
El resto, ese resto infáme que decidió tener una vida más fácil y más burguesa, todos y cada uno se pueden ir bien al carajo.
Por mi gente, por mis hermanos, por mis compañeros, por ustedes lectores que sienten que son parte de mi brindis, gracias por tanto, perdon por tan poco.

Cariños de esos que no se pueden mensurar y un 2012 más piola por favor...
Matias - Niño - MT - etc, etc, etc....

5.9.11

El tesoro de los Divorciados (Borrador)

Como es mi costumbre, volví del recital que Indio dió en Junin. Mientras volviamos se me ocurrieron ciertas consideraciones. Este es el primer borrador de las mismas. Espero lo disfruten.
Dedico este post a aquellos que han sabido bancarme en el viaje y con quienes hemos tenido un hermosisimo reencuentro. A los nuevos amigos y a los de siempre. Gracias por hacer este viaje nuevamente tan especial...
Abrazos para todos!

EL TESORO DE LOS DIVORCIADOS (PRIMERAS PALABRAS A MODO DE REFLEXIÓN)

No es solo una noche mas. Hay miles de corazones que van hacia la misma ruta.

Se nota en el ambiente que es de alegría. Lagrimas caen y entre rezos de alcoholes el clima se va pareciendo cada vez mas a aquellos momentos.

Esos momentos que fueron tan encantadores. Esos momentos de hervidero que nos hicieron emocionar también.

¿Es cruel el objetivo? La afrenta es muy complicada y las almas cansadas del olvido pueden no descansar en paz.

Somos chicos de padres separados que nos encontramos acá con nuestros hermanos bastardos de otras latitudes.

Homenajes caen como las ultimas gotas de sol cuando los cuerpos saben adonde se dirigen. Y es quizás en ese elixir que bebemos donde encontramos satisfacción esperando ese gran momento.

¿Cuando y adonde llegaremos?

Fracasamos en el intento de creernos inmortales y todopoderosos.



"Papá y papá no sienten lo mismo. Creemos que lo mejor es tomar otros caminos hasta ver que nos depara la vida".

Mama mira en silencio. No quiere interrumpir lo que están diciendo nuestros padres.



"Es por mi? Hice algo malo?" Nos preguntamos en vano porque en el fondo de nuestros corazones sabemos la respuesta y no es necesaria la aclaración.



Salidas programadas es lo que viene. Ya no hay cenas juntos todos. A misa solo vamos cada tanto y con esa boba pero no por eso menos hermosa esperanza que nos hace felices. Buscamos a papá en el altar o por ahí cerca. A veces las copas bebidas nos hacen sentir que esta ahí. Muy cerca. Escondido. Viendo que hacemos.



A veces somos menos hermanos los que nos encontramos. Reuniones pequeñas donde papá no habla del tema e incluso se enoja cuando le preguntamos por papá.

Somos malcriados y él lo sabe. Por eso se enoja, pero pronto nos perdona la irrespetuosidad.

Se hace el frío, el que no siente tanto cada vez que nos ve. Pero papá sonríe y nos demuestra su cariño con acordes nuevos. De una luz que todavía esta intacta.



A veces, los encuentros son mas complicados. Somos mas y tenemos que caminar mucho para ver a nuestro otro papá. Es diferente lo que se siente. Papá es diferente.

Con él somos mas sinceros tal vez. Es de él de quien esperamos el gesto.



"Quiero que vuelvan a estar juntos. No puedo seguir así". Casi llorando, emocionados nos permitimos gritarle. Papá también sonríe. Y rápido sale del paso con una de esas notas que todos sabemos. Esas que cantaban en la época feliz. "Maldición. Va a ser un día hermoso" y nos transportamos.



Que fácil es convencernos de estar tan lejos. Cuanto orgullo.

Papá es complicado. Se ve que no tuvo un buen día y se le nota. Se lo ve cansado. Enfermo quizás. Papá está grande, mañoso, y no va a seguir nuestro ritmo mucho tiempo más. Tiene derecho de vivir su vida, mientras nosotros comenzamos a hacer la nuestra.



Nuestro encuentro no es el mejor pero es inigualable.

Las emociones se sienten y entre los hermanos nace o crece amor.



No hay nada mas hermoso que sentirse igual que otro hermano. No hay nada mas dulce que emocionarse ante el mismo estimulo.

"Un hermoso día el de hoy. Ay! Que bello día el de hoy. Esta para desatar nuestra tormenta...". Y una mirada puede cruzarte la vista. Y como hay magia en el ambiente podemos penetrar esos ojos y ver en el alma del otro y sentirnos por lo menos por un ratito no tan solos y sin amor.

Porque el amor esta ahí. En el centro del altar. Y el amor esta en cada uno de los participantes del encuentro.

Es ese amor que nos mantiene unidos a pesar de la separación. Es ese amor el que nos deja ser y nos hace felices. Y que mejor lugar para demostrarlo que frente a papá.

Papá y papá se separaron. "Pero yo los quiero tanto que me hacen daño" gritamos. Casi melancólicos. Porque esperamos una respuesta.



Que noche tan maravillosa. Donde el amor existe y se ve. Donde se siente.

Donde yo puedo mirar alrededor y sentirme menos desdichado porque hay amor y es tan hermoso que no puedo no llorar de emoción.

Hasta la próxima vez compañeros hermanos. Tal vez algún día sean perdonadas las ocurrencias y los modales. Y no domestiquemos mas a nadie. Debemos entender que papá y papá son grandes y tienen derecho de rearmar sus vidas.

Pero ellos también deberían de pensar que hay miles y miles y miles de razones para juntarse. Aunque sea una vez para podernos volver a ver y recibir al mismo tiempo el amor de papá y el amor de papá.



Mientras tanto, el homenaje cruel cae sobre las sombras de una noche que se va agotando y llega a su fin. Y las caravanas parten con rumbos diversos. Algunos sobreviven, otros mueren en la noche. Las luces se hacen esquivas, el silencio le gana a la euforia y a los corazones cálidos que aun no recuperan su fuerza. Cada hijo, cada hermano recuerda lo vivido hace horas. Cada cual va haciendo su reconstrucción, y piensa en ese momento en el que el corazón salió por la boca, en el que esa lagrima cerrada corrió por los ojos. En el que el corazón encontró unos ojos tiernos donde detenerse. En donde vimos vivos aquellas pequeñas cosas hermosas que hace esta vida un hermoso sentimiento.



Escuchen la historia de los heroicos sobrevivientes que estamos aquí hoy, bajen la cabeza, dejen de lado esa puta verdad de cada uno. No hay nada más hermoso para un hijo que vivió mucho tiempo con sus padres que volver a verlos juntos, aunque más no sea un homenaje a todos esos hijos bastardos que están vivos, y que buscan en el Tesoro de los Divorciados, el mejor ejemplo que nos pueden dar como padres. Humildad, agradecimiento y una multitudinaria demostración de amor. Después de eso, todos podremos descansar en paz.



9.7.11

Requiem para el indignado (dedicaciones varias)

Si algo faltaba para que escriba un post así, fue la victoria macrista en capital. Macri, con todo el corazón te digo que te vayas a la reputa madre que te parió inepto. A los perdedores de la elección tengo solo para decirles un par de palabras: Hicieron una campaña de mierda y le entregaron en bandeja a este inútil la ciudad. Parte de la culpa de que gane Macri la tienen justamente aquellos que pelearon contra él. Ahora sin más presento este pequeño post. Espero comentarios. Saludos a todos!



Réquiem para el indignado



Desperté, con un dolor de cabeza propio de aquel que toma sin parar para olvidarse de una noche extraña.
Medio desnudo y todavía sin entender mucho que estaba haciendo me senté en la cama, algunos segundos mientras la cabeza jugaba a su propio juego de no quedarse quieta.
La poca luz que entra en el cuarto pega de una en mi rostro y me hace sentir una basura.
Miro alrededor, muchos cigarrillos fumados, cenizas, y una copa de cristal donde anoche serví uno tras uno los tragos de etiqueta negra que me supieron hacer olvidar.
No había llegado tan tarde a mi casa, pero me había indignado temprano. Es que no entiendo más a la gente. No entiendo como piensa, como siente, como dice lo que dice.
Ya me siento parte de ese gran grupo de gente que llaman indignados, pero no al estilo español, sino a esos indignados que miran alrededor creyéndose ser más, pero que por dentro saben que son menos.
Esos que todo critican, que creen mejores sus ideas. Ideas que lo llevaron a uno a estar donde esta. Solo y sin mucho que hacer al respecto.
No entiendo a la gente, no la entiendo. Y me siento solo en la oscuridad de mi pieza, busco el vaso de whisky, tres hielos y la botella negra. Sirvo el primer trago y busco entre los dvds que tengo, para encontrar aquello que siempre me hace feliz antes de dormir. Pongo una temporada de Seinfeld (en el orden que corresponde) y me pongo a ver como esos personajes, que no entienden a la gente se toman las cosas con humor.
Me voy identificando poco a poco con cada uno de ellos, pero más que nada con el que a la lejanía es mi álter ego, George Constanza. Ese pelado, gordo y bajito que no encuentra nunca un trabajo que le guste, que vive con los viejos y al que las mujeres no le duran porque comete errores o porque la vida le hace jugar malas pasadas.
Me río de George, como me río de mi mismo. Veo en sus problemas mis problemas, mientras el whisky ya esta frío y lo empiezo a beber despacio, porque es una bebida para beber con cuidado, con gracia, casi con respeto.
Creo que me rió para no tener que ponerme mal, para no indignarme, para no sentirme un pelotudo autóctono. Un tipo de esos que se sienten tan mal que no lo pueden creer, un tipo que trata de remar contra corrientes que son imposibles. Porque parece que el mundo esta contra uno de vez en cuando.
Y siento ese vacío en el corazón que tantas veces sentí, a otros niveles. Y justo en mi show favorito, que vi miles y miles de veces, y que seguiré viendo se da esta frase: “¿Cuál es el punto? Cuando yo les gusto no me gustan y cuando me gustan yo no les gusto. Hay un vacío, un vació Jerry…”. Y una carcajada sale de adentro mío como quien aplaude a un artista en vivo cuando lo que acaba de decir lo tiene a uno con los sentimientos a flor de piel. Lo aplaudís porque no podes decirle “tenes razón, a mi me pasa lo mismo” porque el tipo no lo va a escuchar nunca entre tanta gente.
Y mientras la serie sigue al mismo volumen, mi cabeza se va para recordar la noche y lo que ocurrió. Las charlas que se mantuvieron, las razones que se objetaron y las risas que se sucedieron.
Es que no entiendo a la gente ya. Uno sale con personas para entenderlas, pero no lo logra. Uno se reúne con personas para interactuar socialmente, pero llego al punto en el que miro y digo “¿Qué hago acá por favor no puede ser, me tengo que ir pronto porque sino termino matando a alguien?”.
¿Como es posible que no entienda las señales? ¿Cómo es posible que siempre malentienda todo lo que sucede a mi alrededor?.
Seinfeld sigue su curso en la computadora, y yo despistado por el segundo trago de etiqueta negra que ya se va acabando en el vaso. Empiezo a sentir sueño y entonces bostezo.
Se me ocurren varias ideas para escribir; porque además de todo esto soy un escritor frustrado, de esos a los que varias veces le dijeron “tus palabras son tan amorosas y son tan dulces, es increíble lo que escribís y cómo lo escribís y lo que me haces sentir cuando te leo” y acto seguido me dan un beso en la mejilla y se van silbando bajito y no las vuelvo a ver.
O peor aún, soy uno de esos escritores que escriben inspirados en alguien, y ese alguien lee lo que uno escribe y no es capas siquiera de dar a una opinión por más pequeña que sea. Eso es lo que más le duele a un escritor, por más horrible que sea cuando escribe. Que lo que tenía destinatario no tenga la entereza de agradecer o de criticar al menos lo que uno con mucho o poco esfuerzo pudo hacer.
El amor sin destinatario está condenado al olvido. El poema que no es leído o que no provoca nada, es como el amor sin destinatario. Nadie recuerda los poemas que no nos hicieron sentir mejor. Nadie recuerda el dolor de un poeta si no siente sus poemas. Pero el dolor del poeta ignorado es muy grande. Porque si el que ama lo hace con pasión y con locura y pone el corazón en el amor que siente, y a cambio recibe rechazo, puede irse tranquilo. Triste pero tranquilo, porque su amor provocó algo, una reacción, un beso de despedida, un odio general. Pero si el amor genera ignorancia, es que todo lo que el amante remó no sirvió para nada, ni siquiera para el desden más básico.
Así es el escriba también. Incluso el peor escriba, cualquier de ellos. Un cuento, un poema, un libro, una novela, una moraleja. Todo lo que uno escribe o lo que cualquiera escribe tiene destino. Y en el destino puede encontrar rechazo o aceptación. O una mezcla de ambos que es la que encuentre siempre aunque no lo sepa.
Pero encontrar nada es haber equivocado el rumbo, encontrar siquiera un comentario, una reseña, una sonrisa o un escupitajo, eso al escritor lo hiere de muerte.
Imagínense un jugador de futbol metiendo un gol y que nadie se lo grite, incluso habiendo gente en las tribunas. Imagínense un cantante haciendo una serenata bajo una ventana y que de la misma no salga nadie. Piensen en un poema de convencimiento, uno de esos poemas que se escriben para decirle al destinatario “acá estoy, ojo que soy más de lo que ves”, y no hay respuesta. Ni siquiera un “¡sos mucho menos de lo que crees!”.
Y me indigno más y más. Y siento que la vida es una gran joda y que en cualquier momento saldrá alguien de entre la gente y me dirá “era un chiste boludo, ¿no te vas a creer que todo esto que te paso, que parece escrito por alguien, esta pasando enserio?”, pero eso no pasa, la vida es una gran joda orquestada por alguno que se debe estar cagado de risa como yo, cuando veo a George en Seinfeld. De la misma manera, se ríe porque no puede llorar conmigo, porque no sufre lo que yo sufro o porque no siente lo que yo siento.
Y hasta en ese detalle me detengo a pensar, y ya el whisky del vaso termino su recorrido una vez más.
Y lo peor era ver como yo había arrancado el día de hoy. Lleno de expectativas, lleno de emociones de “hoy puede ser un gran día” y termino borracho y acostado, pensando como no entiendo a la gente.
Todo sigue igual, la vida no es alegrías constantes, sino pequeñísimas gotas de felicidad en un gran mar de malas noticias, mala onda y malos resultados.
Es así mis lectores. Me desperté triste, indignado mejor dicho, y cuando caminaba por la calle trataba de ver a la gente pasar y pensaba por lo bajo “soy yo el del problema ¿no?. Mira a toda esa gente, sonríe, esta bien, esta feliz. La vida no es tan mala para los demás. Supongo que debe ser porque uno ve en sus desgracias las mayores y más difíciles y no ve a los demás. Ese es quizás el mayor egoísmo de todos.”.
Y ahora escribo esto, sabiendo que no va a llegar al destino esperado, y de llegar, llegará muy tarde.
Durmiendo encontré un poema que no se si escribí o que robe, decía más o menos así…

Del beso esquivador


En este mundo del revés
las historias se repiten
el villano es héroe
y el valiente ya murió

Subido a una ilusión
de un beso quimero
esquivo y con razón
vi el final de la acción

Y no es el padre el asesino
y no es la muerte siempre el final
Cuando el perverso nene nos engaña... ay Vida!

Y no es oro lo que reluce
 no es tan viejo ese refrán
Brindemos por el beso esquivo... ay Vida!

El que pierde jamas encontró
Mientras el creador ríe solitario
Fuerzas de donde no hay
Saco y creo en mi Rosario

Escuchen aquí este cuento
que parece un buen chamuyo
Solo que esta vez es cierto
Yo lo grito con orgullo

Y ahí va el gondolero
remando por la Venecia hermosa
Primor, reina y preciosa, son razones... ay Vida!

Y donde no veas al remador
esta allí en secreto laburo
suele ser el primero en cerrar los ojos...av Vida!

suele ser el primero en cerrar los ojos... Ay Vida!
para soñar con el beso esquivo!

19.5.11

El Regreso y el Adiós (Dedicado al Querido Diegote)

Muchos han intentado volver. Pero pocos han cumplido con las expectativas. Viejas leyendas hay retornado a los pagos y han visto de a poco que el mundo al que pertenecían había cambiado tanto que su regreso no formaba ya más parte de la realidad.

Desde Perón a Maradona en su última aparición. No todos pueden quedar conformes con los regresos.

Incluso los lobos que dejan la manada vuelven, y lo hacen con el objetivo de pasar los últimos momentos de sus vidas antes de partir.

Pero la manada puede cambiar tanto que ni siquiera reconocen a ese cacique que la vida les puso en el camino.

Esas son las jaurías que quedan al margen, las que son devoradas por los de afuera.

En cambio, aquellas que respetan y recuerdan con alegría y cariño a los lobos que regresan, retoman y encarnan una forma especial de vida.



Los regresos no pueden ser eternos.



En la Antigua China de hace miles de años, Shun Li, era profeta. Guardaba celosamente sus predicciones en una pequeña caja de madera, que solo él conocía.

Cuando los pueblerinos iban a su encuentro y lo consultaban, Shun Li pedía permiso, se escabullía en su casa, y volvía con un papel con una predicción.

El viejo poblado de Tai Pai, en la China Meridional era muy prospero, gracias a el oráculo de Li.

El profeta acertaba siempre en sus predicciones con una exactitud que no dejaba lugar a la duda. El gobierno popular del poblado utilizaba esas predicciones para mejorar la calidad de vida de los que la habitaban.

Tan próspero se volvió el poblado que de otro lugares de la China vinieron en su consulta. Shun Li, siempre muy correcto y amistoso agradecía la confianza depositada de los forasteros, pero les explicaba que sus predicciones no podían ir más allá del puente Dai, el que separaba a Tai Pai del poblado más cercano.

Los hombres que viajaban de tan lejos recibían sin embargo pequeños oráculos de algunos sucesos de su vida futura, y siempre se marchaban con felicidad por conocer a Shun Li.

“Serás padre a los 26 años” o “Verás florecer tu jardín una mañana de agosto” eran suficientes para aquellos desafortunados que venían en búsqueda de respuestas. Casi siempre, en la historia de la humanidad, aquel que busca respuestas siempre suele encontrar alguna. Aunque no sea la verdadera, las respuestas allí están. Bastará con saber si uno es escéptico o crédulo para obtenerlas.

Cuando el emperador se enteró de las profecías de este campesino de Tai Pai, envió un emisario a ponerlo en ridículo.

Al Emperador Amarillo no le gustaban los profetas ni los oráculos. Y en vez de asesinarlos y convertirlos en mártires, usaba una técnica de desengaño. Durante mucho tiempo, los emisarios del Rey Sol viajaban por el imperio desenmascarando fraudes y exponiendo (a veces a la fuerza) a los farsantes que decían que veían el futuro.

El joven Fu Yang, fue el encargado de la misión. En una de las reuniones que hacía Shun Li, en la puerta de su humilde morada, apareció este forastero que con aires altaneros trato de desafiar al maestro.

Sin vueltas, se acercó hacia él y le dijo:

“Tu que crees saberlo todo, respóndeme aquí y ahora, delante de esta muchedumbre que aún cree en ti. Cuando es que te sorprenderá la muerte, impostor”.

Enseguida, varios pobladores ofendidos trataron de hacer justicia con el emisario. En ese momento, el profeta de Tai Pai los apartó con un gesto. Se volvió para su hogar, y retornó con uno de los papeles que estaba en su pequeña caja de madera.

El maestró lo leyó en voz alta:

“La muerte es inevitable. Todo es muerte, y por lo tanto nada lo es, yo moriré hoy”.

Nadie hablaba. Todos se miraban unos a otros esperando más palabras del profeta.

Luego de una larga pausa prosiguió.

“Como todos los insensatos, tu buscaste lo que para ti iba a ser una prueba muy difícil de lograr. Pero no has podido ver que mi predicción está sujeta a mi propia vida. Y yo puedo morir cuando yo lo decida. Hubiera sido más bienaventurado consultarme sobre las vidas de los demás, de las cuales no tengo poder alguno. Mi predicción es que voy a morir hoy, en escasos momentos, luego de asesinar a un insensato”.

Shun Li blandió de entre sus ropas un pequeño puñal, con el que degolló al emisario del emperador. Luego, limpió la sangre del puñal y se lo enterró en el corazón.

Todo el poblado de Tai Pai lloró la muerte del profeta. Las cosas nunca volvieron a ser como antes

En menos de dos años, el poblado de Tai Pai desapareció en un mar de odios, resentimientos y venganzas. Nadia pudo verlo venir, solo el profeta que desapareció sin dejar rastros de su caja de profecías.

Durante miles de años en donde alguna vez existió Tai Pai, los seguidores de Shun Li esperaron el regreso de su profeta.

Una mañana fría de invierno, allá por el 1100 de nuestra era, un hombre viejo con una pequeña cajita de madera en sus manos apareció en donde alguna vez estuvo el pueblo de Tai Pai.

Decía ser la reencarnación del profeta Shun Li. Y decía también que esta era la caja original donde el profeta encontraba los augurios futuros.

Los pocos que rodearon al hombre no creyeron en su palabra, y lo increparon por querer nombrar en vano el nombre de su profeta.

El viejo fue ajusticiado ahí nomás. Cuando fueron a despojarlo de sus bienes y de la supuesta caja de madera esta había desaparecido. Solo dos papeles en su mano quedaban.

Uno de ellos rezaba:

“Bienaventurados aquellos que al regreso del profeta sepan reconocerlo como tal, y creyendo ciegamente en él lo acojan y lo consideren bendito. Porque el regreso de un profeta debe ser motivo de alegría y de regocijo. Aquellos que no lo vean y disfruten como aquí yo lo digo están condenados a la espera eterna de algo que ya pasó y que no volverá a pasar. El regreso es uno solo y aquellos que no lo sientan no merecen otra cosa que esperar eternamente un suceso que nunca va a suceder”

Nada se sabe hoy de aquellos hombres. Dicen los Hombres Sensibles que todos murieron esperando. La Diosa Fortuna hizo que sus hijos y sus descendientes jamás creyeran en la espera y el regreso. Ese fue su castigo eterno.

Luego de muchos años de investigación, el imperio dio a conocer la segunda carta que el profeta había traído en su reencarnación. Esta no era ninguna profecía, sino una especie de autorreferencia. En el Siglo XVII fue publicada al tiempo que el Emperador Fo Hi reconoció a Shun Li como profeta del viejo Imperio Chino. Ya para ese entonces, a nadie le importaba el maestro Li. Sin embargo su pequeña historia es más que elocuente:

“El duque Ling era un cruel tirano del Estado de Tsin que tenía la costumbre de cazar a sus súbditos como si fueran animales salvajes. Súbitamente entusiasmado por las artes, convocó a su palacio a los mejores pintores de la región y los obligó a trabajar día y noche. Era su intención que las obras de aquellos artistas fueran las más perfectas de los estados chinos. Todos los días, el duque inspeccionaba las pinturas. Jamás las encontraba de su gusto. Se complacía en señalar a cada pintor la diferencia entre las ilustraciones y la realidad.

- Por qué el ruiseñor parece más grande que el perro? -preguntaba con ironía-. Dónde se han visto soles verdes? Por qué no puedes pintar la lluvia con cada una de sus gotas? Ese mandarín jamás podrá entrar por la puerta de la pagoda que se divisa en el fondo.

Muy frecuentemente los pintores pagaban su incompetencia con la vida. Finalmente, hizo traer desde Ch'u al pintor y calígrafo Hui, que tenía un prodigioso dominio del pincel y estilete. Sus obras reproducían la realidad de un modo tan fiel que muchas veces se confundían con ella. Las abejas solían acercarse a los jazmines que dibujaba Hui. También realizaba estupendos trabajos de escultura y orfebrería. Había construido una jaula de plata con dos pájaros de oro en su interior, tan perfectos que los servidores del palacio les acercaban mijo para alimentarlos. Las frutas de cera engañaban a los mirlos más astutos.

El tirano Ling, asombrado ante aquellas imitaciones, le ordenó que le hiciera un retrato. Hui, apartándose de las reglas tradicionales de la etiqueta y el dibujo, que recomendaban disimular las asimetrías del modelo, terminó la obra con la mayor exactitud. Parecía tan real que los cortesanos tomaron por costumbre hacer una reverencia al pasar frente al retrato. Todos dijeron que los dibujos de Hui formaban parte de la naturaleza y que cualquier intento de mejora en ellos sería de una grave falta.

Una tarde, el sabio consejero y ministro Chau Tun se atrevió a cuestionar seriamente esta clase de realismo. Dijo, en presencia del duque, que el arte debe diferenciarse de la realidad, ya que esas diferencias son precisamente las que producen placer a los espíritus sensibles. Es el artista y no la naturaleza el que decide el rumbo a seguir. Es el poeta y no la flor el que elige las palabras que serán para nosotros una rosa.

El tirano Ling expulsó a Chau Tun de la corte. Pero no pudo impedir que sus preceptos fueran seguidos por todos los artistas. A partir de entonces, para pintar una mariposa, se pintaba una joven. Para aludir al tiempo, se dibujaba un llanto. Para nombrar un diamante, se hablaba de una estrella.

Los historiadores del Estado de Tsin comprendieron aquellas lecciones y cuando el tirano fue estrangulado por un pariente, escribieron que el Arquero Celeste había clavado una flecha en el retrato de Ling y que éste había muerto al instante.

Ahora mismo, yo les cuento esta historia para decir que el cielo está gris y que nadie me ama."

21.2.11

Motorola, de Eduardo Sacheri

"lo importante no es a quién o a qué uno ama, sino el modo en que uno ama lo que ama"


Abelardo Celestino Tagliaferro dobló la esquina sin prisa. Apretó suavemente el embrague, puso la palanca de cambios en punto muerto, con las manos levemente posadas sobre el volante arrimó el auto a la vereda y lo detuvo sin brusquedad al final de la hilera de autos amarillos y negros. Apagó el motor, quitó la llave del tambor, aspiró profundamente y dirigió la mano izquierda hacia la puerta.
Sus movimientos eran metódicos, serenos. Pero para cualquiera que conociese su carácter habitualmente enérgico, impulsivo, aquellos gestos necesariamente hubiesen tenido algo artificial, algo de falso. Eran a todas luces ademanes nacidos de una reflexión profunda, concienzuda. Esos ademanes calmos que las personas adoptan en un intento de que su espíritu se contagie de esa paz y esa mansedumbre exterior de los gestos ante el mundo.
Abelardo Celestino Tagliaferro había tenido mucho tiempo para prepararse para esa mañana cargada de presagios trágicos. Cinco, seis meses tal vez. Los signos alarmantes habían empezado algo antes, digamos en noviembre. Diciembre del año anterior. El receso del verano le había hecho abrigar algunas esperanzas. Pero desde fines de febrero la situación se había tornado crecientemente tenebrosa. Para los últimos días de abril Tagliaferro había comprendido que sólo un milagro lo pondría a salvo del abismo. ¿No habían existido acaso otros milagros anteriores? Pero mayo y junio se habían consumido sin que ese milagro tuviera lugar. Semana a semana se espíritu se había ido opacando. A medida que se acercaba julio, su carácter, habitualmente expansivo, dado, campechano, se había tornado proclive a la meditación, al silencio, al ensimismamiento. A medida que los días se acortaban y los árboles de la General Paz se desnudaban en colores ocres, Tagliaferro iba convirtiéndose en una suerte de crisálida espiritual, encapsulada en melancólicas meditaciones, ajena al caos cotidiano.
Cuando no sin cierto esfuerzo bajó del taxi, vio que los hombres que frecuentaban con él la parada lo esperaban bajo el toldo del kiosco. Abiertos en un semicírculo, se pasaban el mate y le clavaban a la distancia siete pares de ojos inquisitivos. Abelardo Celestino Tagliaferro se acercó con el mentón erguido y la vista clavada en un horizonte imaginario. A cada paso su cuerpo monumental se balanceaba levemente hacia los lados. Con la campera puesta daba la impresión de ser un astronauta gigantesco caminando en la ingravidez de la Luna.
Calculó, con precisión de experto, que el primer dardo lo alcanzaría cuando pasara a la altura del lavadero automático, o no mucho después de poner un pié en la vereda de la agencia de lotería. No se equivocó.
- ¿Qué hacés acá, Gordo? Te hacíamos en la cancha
El que había hablado era Alvarez, el morocho del Gacel. “Era lógico”, pensó Tagliaferro. Pero estaba listo para ataques sencillos como ése.
- Por favor, Alvarez, no me jodás con pavadas
Habló con serenidad, como transigiendo en explicar que dos más dos son cuatro a un ignorante. Pero no pudo evitar una levísima irritación al escuchar las risitas breves de los otros, las mismas risas que envalentonaron al morocho para volver al ataque.
- ¡Te hablo en serio, Gordo¡ No podés dejar al equipo ahora, en semejante momento.
Tagliaferro suspiró mientras su expresión adquiría un cariz de angelical cansancio:
- Haceme el favor, no hablemos más de fútbol.
De nuevo el coro de risitas cómplices. Terminó de acercarse, imperturbable. Saludó con inclinaciones de cabeza y recibió alguna palmada. Como siempre, le cedieron uno de los banquitos de metal y estiraron hacia él un mate humeante. Chupó con placer, alargó la diestra hacia la bolsa engrasada de los bizcochos y se preparó para el próximo round.
- ¿Cómo que no hablemos más, Gordo? ¿No eras vos el que siempre venía insufrible los lunes cuando ganaban? Que Platense de acá, que los Calamares de allá, que el equipo del Polaco del otro lado,-algunos de los otros asentían. ¿No te cagabas de risa cada vez que perdían los grandes?
Tagliaferro volvió a suspirar y a sonreír.
- Mirá, Alvarez…, -pareció dudar en busca de las palabras adecuadas-, eso era antes… yo qué sé. A veces la vida te enseña cosas, sabés. Y me apiolé de que todo ese asunto del fútbol, viste, qué sé yo, no tiene sentido…-dejó sus palabras flotando un momento y concluyó-: No hay caso, pibe. No tiene sentido.
El morocho Alvarez era demasiado primario como para afrontar semejante despliegue de nihilismo. El Gordo sabía que el Piolín Acosta tomaría la posta con aportes algo más incisivos. El Piolín Acosta era un cincuentón larguirucho, de piel blanquísima. Había sido bautizado así por el propio Gordo. En su origen el sobrenombre era Piolín de Matambre, porque era largo, finito, blanco y ordinario. El Gordo, especialista en apodos, consideraba su hallazgo con Piolín una de sus obras maestras, y a cada uno de los nuevos en la parada se lo había ido explicando como un modo de revivir la deliciosa indignación del otro.
El ataque de Piolín fue frontal:
- Y decime, Gordo, si hoy le ganan a River, y ponele que por una de esas putas casualidades del destino se terminan salvando… ¿vas a seguir con la huevada del escepticismo?
- ¡Ahí está, ahí está¡-algunos asentían, entusiasmados en la intuición de que el alto y pálido filósofo estaba acorralando al recién llegado. El Gordo se preguntó cuántos de ellos sabían qué corchos era eso del escepticismo.
- No, Piolín, para mí el fútbol… ¿cómo te explico? Ya fue, sabés.
Esas pocas palabras le fueron brotando de a poco, mientras miraba el toldo que tenía sobre la cabeza y mientras sus manos abiertas hacia arriba describían ademanes vagos, como reforzando esa sensación de vacío metafísico que su dueño pretendía transmitir.
- ¡Dejate de joder, Gordo¡ ¡A mí no me vengás con el cuento¡ ¡Que si no estuvieran por irse a la B te tendríamos que estar bancando como si el puto cuadro ese fuera el Manchester United.
Tagliaferro volvió a considerarlo con indulgencia. Un nuevo suspiro hinchó la mole de su cuerpo agazapado en el banquito.
- No querido, te equivocás. A veces la desgracia te abre los ojos, sabés… Y si tenés neuronas te ponés a pensar.
Hizo un silencio. Los siete pares de ojos seguían cada uno de sus ademanes y los catorce oídos atendían a cada una de las inflexiones de su voz:
- Suponete que Platense va y se salva. Difícil, pero ponele que sí: ¿qué me cambia? ¿Voy a ser más rico? ¿Va a subir más gente al tacho? ¿Voy a volverme inmune a los afanos? No, loco, no me cambia nada. Y ponele que hoy se va al descenso: ¿qué pierdo, hermano? No hay vuelta, loco. El fulvo es una mentira, sabés. ¿O ustedes piensan que a esos turros de los jugadores les importa algo? No, padre, los tipos cobran y se van. ¿Quién se queda como un boludo parado en la popular? ¿Vos o ellos? ¿Y los dirigentes? ¿Vos te pensás que les calienta algo? ¡ Si son una manga de chorros ¡
Hizo una pausa para tomar otro mate y para que su discurso penetrase mejor en las mentes de sus amigos. Volvió al ataque:
- El fútbol está armado para que ganen los grandes, nada más. Es un negocio, pibe. Es todo un circo que vive de los giles como ustedes. A ver, mirá los goles el domingo. ¿Alguno de ustedes sigue siendo tan nabo de mirar los goles? –Los otros asintieron- ¿Ves que la Argentina es una país de boludos? Todos ahí como giles, comiéndose sesenta mil propagandas… ¿Para qué? ¿Para ver a esos maricones que le van de héroes y que a la primera de cambio cuando les ponen dos mangos sobre la mesa se van a jugar a Europa? ¡ Por favor, muchachos, no jodamos ¡
Cada vez más enardecido, siguió:
- A ver vos, García-el aludido lo miró atentamente-, vos sos hincha de Gimnasia: si no juegan con River o Boca ¿cuántos minutos te pasan del partido? ¿Uno? ¿Uno y medio? Y vos, Martínez: ¿no me contaste que para ver los goles de Colón los grabás y después los ves cincuenta veces y te hacés el bocho de que viste el partido entero?- El otro asintió- ¿Ven lo que digo? Entiendanló, el fulbo no sirve para nada. ¡Para nada ¡ O vos, Pasos, que sos de River… ¿te volvió un tipo feliz que hayan ganado tres campeonatos al hilo? – Los ojos grises de Pasos se entornaron en un gesto suave que era también de infinita tristeza- Es todo verso, es todo mentira…
Y como si fuera el resumen de su discurso, reiteró:
- Todo mentira, no hay vuelta.
Tagliaferro calló. Los demás se pasaban el mate en silencio. Algunos miraban para cualquier lado para que los otros no vieran las huellas de la turbación que les había sembrado. El Gordo advirtió, aliviado, que había conseguido el milagro de que se pusieran a hablar de otra cosa. El podía tener mucho autocontrol y todo lo que quisieran. Pero tampoco era de fierro, qué tanto.
Los otros se fueron yendo, en una mañana dominguera extrañamente movida. Cuando llegó el turno de Tagliaferro, le alargó el mate al que cebaba y se puso de pié con dificultad. Una mujer algo mayor se acercaba presurosa a la parada.
- Necesito ir a Luján, muchacho. A la basílica.
Cuando la mujer se acomodó atrás y él encendió el motor, su espíritu comenzó a poblarse de sensaciones confusas. La señora tenía aspecto de abuelita de libro de cuentos. Tagliaferro se mordió el labio inferior mientras dudaba en hacer la pregunta que se le había ocurrido. Finalmente se decidió:
- ¿Le molesta si enciendo la radio, señora?
- No, muchacho, para nada.
Apenas formuló la pregunta se arrepintió de haberla hecho. ¿Por qué había salido con eso? ¿Qué razón había para encender la radio? Ninguna, Gordo, ninguna, se amonestó.
La radio era un cachivache vetusto que no tenía nada que ver con el Renault 19 hecho un chiche de Tagliaferro. Era un artefacto antiguo que había pertenecido originalmente a un Siam Di Tella que en los años sesenta le había permitido a Tagliaferro parar la olla en su casa cuando lo habían echado de la empresa. En los setenta había cambiado el Siam por un Dodge. Después por un Peugeot y por un Senda. Pero la radio siempre había sido la misma. Era uno de esos ejemplares con dos perillas a los lados que sólo funcionaban en amplitud modulada y que tienen una serie de teclas negras debajo del visor para cambiar velozmente de lugar en el dial. Adaptarla al tablero del Renault había sido complicado, y en el taller lo habían mirado como si estuviese totalmente pirado. Pero a Tagliaferro le importaba un cuerno. La radio, esa radio, era para él un talismán infalible, un salvoconducto, un pasaporte para un retorno pacífico a su casa y a los suyos. Y otra cosa: con esa radio había escuchado al Calamar salvarse de todos los descensos.
Pero ese viaje a Luján parecía una señal venida de los infiernos. Porque el aparato tenía un inconveniente (en realidad tenía varios, pero existía uno verdaderamente delicado): por alguna extraña razón que Tagliaferro no había logrado determinar, la radio callaba indefectiblemente apenas salía un par de kilómetros de la Capital. Cuando traspasaba la General Paz comenzaban las interferencias. Y veinte cuadras más allá lo único que salía del receptor era el sonido propio de una sartenada de papas fritas a medio cocinar.
Haciendo un cálculo sencillo, entre la ida y la vuelta se iba a perder el partido completo, que ya debía estar empezando. Podía escuchar los primeros minutos, sí, hasta que saliera de la autopista en Liniers, pero, ¿y después? Tagliaferro detuvo en seco la sucesión de sus pensamientos. ¿Qué estaba haciendo? ¿No era cierto todo lo que acababa de decir? ¿No eran esas frases que acababa de pronunciar frente a sus amigos la rotunda verdad a la que había llegado luego de dos meses de exploración interior, de introspección dolorosa, de disciplina moral? ¡Seguro que lo era¡ De modo que Tagliaferro, apenas encendió la radio, sintonizó una emisora de tangos que se extinguió poco más allá de Ciudadela. Sufrir por un motivo tan pedestre, qué barbaridad, se dijo. Se recordó a sí mismo en tantos domingos de amarguras. ¿No habían sido infinitamente más abundantes que las inusuales jornadas de triunfo?
A la altura de Morón apagó la radio, que ya estaba en plena fritanga. Parece mentira, qué rápido se va por la autopista, se dijo. Al ver que estaba a la altura de Morón lo cruzó una noción sombría: Platense volvería a jugar aquí después de varias décadas en primera. Sacudió la cabeza. Disciplina, Gordo, disciplina, se repitió. Pero sus labios empezaron a musitar una letanía que a cualquier sacerdote le hubiese resultado extraña: Tigre, All Boys, Brown, Los Andes. Su ánimo ya era definitivamente sombrío. De pronto el pánico lo cruzó en varias oleadas sucesivas: San Telmo, Lamadrid, J.J.Urquiza. ¿Y si no era una, sino dos o tres categorías perdidas al hilo?
Intentó reaccionar. ¿Y a mí qué carajo me importa? Supuso que había sido un grito íntimo, pero se dio cuenta de que algo del alarido interno se le había escapado porque la señora le miraba con un poco de temor y los ojos muy abiertos. El Gordo le sonrió con dulzura por el espejo y después clavó los ojos en la ruta.
Moreno: la autopista se redujo a dos carriles. Y por esto te cobran peaje, los muy turros, pensó. La pasajera iba ensimismada contemplando el paisaje por la ventanilla. ¡La ventanilla¡ se dijo. En invierno o en verano, él iba con la ventanilla del conductor baja, salvo que el pasajero le pidiera lo contrario. ¿Y si probaba cerrar todo el auto, a ver si la radio emitía al menos un susurro? Corrió el codo y cerró. Encendió el catafalco negruzco y esperó. Acercó todo lo que pudo la oreja al receptor. El rumor de una voz era inconfundible. Tragó saliva. Subió el volumen a tope y la vocecita adquirió mayor consistencia. Tratando de no perder de vista la ruta, acercó aún más la oreja. Insultó en voz baja. Era uno de esos programas religiosos en los que el conductor repartía sanaciones radiofónicas en un castellano levemente extraño. Movió el dial hacia la derecha. Folklore. Un poco más: tango. Luego topó con el final de la banda. Inició el camino inverso. A la izquierda del pastor evangélico detectó el sonido inconfundible de un relato deportivo, pero demasiado lejano como para que se entendieran las palabras. Giró la perilla: ahí estaba el partido de Platense. Escuchó con el alma en vilo el relato de una jugada intrascendente en el medio del campo. ¡Cómo van, que digan cómo van, carajo¡, pensaba. Pero de inmediato entendía que a esa altura debía tener la expresión crispada, los ojos inyectados, la expresión tensa del hincha angustiado, y se decía que no, que de ningún modo, que no debía echar a la basura todos esos meses de autoeducación que lo habían librado al fin de su dependencia Calamar.
¿No estaba acaso hermosa la mañana? ¿No bañaba el sol, radiante, el campo y la autopista? El Gordo volvió en sí por un instante. La temperatura del taxi con todas las ventanillas cerradas y el sol cayendo a pique debía andar por los 35 grados. Tagliaferro observó a la pasajera y vio que abanicaba con una revista, mientras dos gruesos goterones de sudor le resbalaban por los lados de la cara. Estuvo a punto de bajar las ventanillas, pero se dijo que entonces perdería definitivamente cualquier esperanza de comunicación radial con el mundo. De manera que optó por encender el aire acondicionado. El fresco me va a venir bien para poner en orden las ideas, se dijo.
No te enchufes, Gordo, no te enchufes, se repetía. La cosa está perdida. No hay manera de que zafemos. Momento: ¿zafemos quiénes? ¿Acaso yo soy Platense? ¿Tenés acciones ahí, Gordo boludo? Los que se van a la B son ellos, no vos. Los que van a perder con River son ellos. Los jugadores y lo dirigentes, qué tanto. Vos sos Abelardo Celestino Tagliaferro, a sus órdenes, de profesión taxista, estado civil casado, padre de dos hijos y abuelo de tres nietos. Enterate. Lo demás es todo grupo. Para qué calentarse. Si al descenso se van a ir igual y después te vas tener que bancar a toda esa manga de palurdos de la parada, empezando por el Piolín y terminando por el negado del morocho Alvarez.
Empezaron las rotondas de Luján. Tagliaferro miró por el espejo y vio a la pasajera con las manos en los bolsillos, el gorro calzado hasta las orejas, la bufanda enrollada en tres vueltas alrededor del cuello y los lentes empañados. El Gordo notó que la temperatura había bajado unos treinta grados de un saque. Apagó el acondicionador de aire. Descartada la estrategia del encierro, optó por ventilar bien el taxi. Tal vez lograra captar algún kilohertz extraviado en el éter. El último tramo hasta la iglesia lo hizo veloz, con las cuatro ventanillas bajas y el aire como un torbellino en el interior del tacho.
Cuando paró frente a la catedral y se volvió a mirar a la pasajera, advirtió con sorpresa que el pelo de la mujer había adquirido una cierta disposición salvaje y que sus ojos no paraban de parpadear alarmados. Daba la impresión de haber encontrado un nuevo motivo para agradecer a la Virgen. Tagliaferro dio vuelta a la plaza y se dispuso a emprender el retorno. Entonces los vio. Cuatro hinchas de River, ataviados con camisetas, vinchas y banderas, venían sacudiendo los trapos y cantando a voz en cuello. El Gordo consultó su reloj. Debía estar empezando el segundo tiempo. No se atrevió a preguntarles el resultado del partido, pero la actitud festiva de los tipos lo hundió en una desesperación creciente.
Momento. ¿Qué te pasa, Gordo? Pará la moto. Pará un poquito. Que se desesperen ellos. Todos esos nabos que se sienten los dueños de las camisetas y de los clubes. Pensar que él mismo hasta hacía poco había sido uno de ellos. Y desde pibe, para colmo. Pero de más grande fue peor. El ascenso se le subió a la cabeza. Y la definición por penales con Lanús, Dios santo. Lo había ido a ver con Clarisa. Al final del partido él se había desmayado y habían tenido que sacarlo de la popular entre cinco tipos bien grandotes. Pero quién te quita lo bailado. Y el desempate con Temperley, mama mía, cómo habíamos sufrido. Cortala. Cortala, Gordo palurdo, con la primera persona del plural. ¿Ma qué “nosotros”, enfermo? Si vos seguís tan pobre como cuando vinimos de España. ¿Qué hizo Platense por vos? ¿A ver?
Al pasar el peaje no pudo evitar la tentación. Se mintió que sería la última, como esos fumadores que escatiman los puchos del primer atado que compran luego de una larga abstinencia. El cobrador estaba escuchando los partidos en la cabina. ¿Cómo va River?, preguntó. Hincha de cuadro chico, sabía que la gente no tiene ni idea si uno le pregunta por Platense, Banfield o Ferro. Decime que va perdiendo, decime que va perdiendo, pensó. “Va ganando”, informó el fulano, con cara de gallina agradecida a la vida.
Cuando se levantó la barrera se alejó de allí sintiéndose perdido, perplejo, como si la noticia lo hubiese dejando navegando en aguas desconocidas. Al pasar por Francisco Alvarez sus dedos comenzaron a tamborilear sobre el volante mientras silbaba inconscientemente, entre dientes, la melodía de un viejo estribillo que decía “Partirá, la nave partirá, donde llegará, nunca se sabrá”, o algo así. Una letra de porquería que tenía que ver con el arca de Noé. Pero, ¿por qué? Eran las 11:31. Una canción del año del pedo. Cosa rara. Abelardo Tagliaferro se derrumbó a las 11:35 cuando se dio cuenta de que lo que había estado tarareando los últimos diez kilómetros no era ninguna canción pasada de moda, sino la perpetua melodía del “No se va, Platense no se va, Platense no se va, Platense no se va”, y las lágrimas se le desbarrancaron por la mejillas en dos torrentes tibios.
Cuando entrevió que toda resistencia era inútil, y como los chicos cuando se apuestan a sí mismos que si logran determinada proeza la vida les concederá premios impresionantes ( al estilo de: si logro saltar toda la cuadra sobre el pié derecho sin trastabillar, entonces la rubiecita de la panadería gusta de mí), Tagliaferro se convenció de que si llegaba a la Capital Federal y encendía la Motorola antes de que terminara el partido, el Calamar iba a lograr dar vuelta su destino y los demás partidos se le iban a acomodar para seguir con chances.
Apretó el pie derecho contra el piso del auto y éste saltó hacia adelante a una velocidad francamente peligrosa. Era digna de verse la imagen de ese gigante que volaba aferrado con ambas manos al volante como un piloto de carrera, cuya cara bañada de lágrimas recientes se enrojecía por el esfuerzo de cantar a los alaridos un viejo estribillo con la letra cambiada. A la altura de Moreno tuvo miedo de que la promesa de llegar a tiempo para oír el final no fuese suficientemente grandiosa como para lograr el conjuro. De modo que prometió dejar de fumar a las cuatro de la tarde y para siempre. Temeroso de que los hados lo consideraran débil de espíritu, agregó la promesa de una dieta estricta que lo llevara treinta y cinco kilos debajo de su peso actual en un plazo máximo de tres meses. Mientras encendía la radio para ir ganando tiempo, y mientras volaba a la altura de Morón, las promesas se iban acumulando sobre sus espaldas. Prometió volver a misa todos los domingos. Prometió no volver a madrugarle un pasajero a ningún colega por un plazo se seis meses que luego extendió a dos años. Prometió dejar de construir fantasías eróticas con la peluquera de la vuelta. Prometió regalarle flores a Clarisa todos los viernes hasta que la muerte los separase. Estuvo a punto de prometer que no iba a joderlos más a los nietos para hacerlos de Platense, pero se contuvo a tiempo porque Dios no podía pedirle sacrificio semejante y porque supuso que ya había acumulado suficientes méritos con las promesas anteriores.
A la altura del Hospital Posadas, en Haedo, levantó el volumen de la radio hasta darle su máxima potencia. Sintonizó la emisora que siempre lo acompañaba para los partidos. Por detrás del ruido de la fritura se adivinaban voces de relato. Descolgó el rosario que llevaba anudado al retrovisor y empezó a rezar en voz alta. A la altura de Ciudadela la radio recuperó por completo sus funciones. Tagliaferro interrumpió el Ave María y entrecerró los ojos. Estaba bañado en sudor y parecía diez años más viejo que en la mañana.
Habían perdido. Habían perdido por robo. Estaban jugando el descuento, pero no había manera de remontar esa catástrofe. Las conexiones con las otras canchas hablaban de la algarabía de los cuadros que se habían salvado. En un arrebato de amargura infantil se sintió despechado porque Dios hubiese hecho caso omiso de sus promesas de regeneración absoluta. Mientras tomaba la salida de la autopista hizo un último esfuerzo para que no le importara. Se detuvo en una cuadra desierta, llena de galpones en las dos veredas. Se dijo que no podía ponerse así. Que un dolor de ese tamaño solo podía sentirse por la pérdida de un ser querido. Que no podía tirar a la basura los esfuerzos de los últimos meses. Y todavía le faltaba sobreponerse a la escenita que iban a hacerle los muchachos en la parada. Control, Gordo, control. Mejor seguir haciéndose el distante, el superado, tal vez así lo dejaran en paz. Tardo quince minutos en arrancar de nuevo rumbo a la parada.
Abelardo Celestino Tagliaferro dobló en la esquina sin prisa. Apretó suavemente el embrague, puso la palanca de cambios en punto muerto, con las manos levemente posadas sobre el volante arrimó el auto a la vereda y lo detuvo sin brusquedad al final de la hilera de autos amarillos y negros. Apagó el motor, quitó la llave del tambor, aspiró profundamente y dirigió la mano izquierda hacia la puerta.
Cuando logro incorporarse no se dirigió inmediatamente hacia la esquina. Fue a la parte trasera del taxi y abrió el baúl. Hurgó un momento bajo la caja de herramientas y encontró lo que buscaba. Desplegó la enorme tela rectangular con ademanes tiernos. Se anudó la bandera blanca con la franja central marrón en el cuello y la extendió sobre su espalda como si fuera una capa. Tanteo otra vez y encontró el gorrito tipo Piluso. Se lo plantó hasta las orejas. Cerró el baúl. Levantó los ojos hacia la esquina. Abiertos en un semicírculo los otros se pasaban el mate y le clavaban a la distancia siete pares de ojos inquisitivos.
Tagliaferro no caminó enseguida, porque acababa de entender que todos los hombres son cautivos de sus amores. Uno no entiende porque ama las cosas que ama. El intelecto no alcanza para escapar de los laberintos del afecto. Por eso es tan difícil enfrentar el dolor: porque uno puede engañarse inundando con argumentos razonables las llagas que tiene abiertas en el alma, pero lo cierto es que esas llagas no se curan ni se callan. Y por eso un hombre puede amar a una mujer que a los otros hombres les parezca funesta, o puede poner su corazón al servicio de amores que a los otros se les antojen inútiles o intrascendentes.
Abelardo Tagliaferro estiró los brazos, prendió las manos a la tela, como un extraño superhéroe excedido de peso, y supo que lo importante no es a quién o a qué uno ama, sino el modo en que uno ama lo que ama. Recién entonces camino hacia la parada.

8.2.11

De Brasil con dedicaciones....

Con acento de París

¿Serán más de mis imperfecciones?
¿Serán todos mis estadios?
El porque la música no llega a tus oídos?

¿Será mi acento?
¿Será mi insuficiencia?
¿Cuando será de día, mi bien?

Ya no me quedan más canciones que escribir
Ya no hay más francés que conversar
Si tus ojos aun no cambian y mi amor
sigue intentando pero... hay dolor

Ya no hay más razones que explicar
Si esta lluvia no se deja de partir
Y el perfume de la rosa de papel
Ya no huele más, ya no espera más por mi.

¿Será que el cielo es una ofrenda para vos?
¿Serás esclava del pasado de dolor?
¿Habrá espacios donde puedas confluir?
No hay destinos a plazo fijo vida ay....

Lograron los demonios subsistir
Al filo del abismo de tu elección
Ya no sopla más el viento aquí en mi voz
Y mis letras ya no escriben más tu amor.

¿Confiaran tus voluntades de este Dios?
Que en su cielo han creado este amor
Toma mi mano, cierra los ojos....
Saltemos hacia el más allá.

11.1.11

Muestra Gratis del Genio


Larry David, comediante, escritor, creador de la mejor sit com de todos los tiempos (Seinfeld) y de su "secuela" igualmente genial (Curb Your Enthusiasm), antes de sus inicios como comediante en Nueva York solía manejar un taxi.


“Conducir me parecía muy divertido. Y manejar taxis derivó en ser chofer de limosinas. Porque para mi cada pasajero iba a ser el último. Cuando alguien se bajaba, mirabas a los costados y veías a un taxi, era una pesadilla. Veías que había 25 taxis, por todos lados, en la derecha, en la izquierda, por delante. Entonces, ¿Cómo iba a hacer para conseguir otro pasajero? ¿Cómo iba a pasar eso? Y pensaba: “ya esta, este es el último pasajero que voy a conseguir durante el resto de mi vida”. No podía imaginarme otro escenario, porque la gente hacia señas con la mano y todos los taxis juntos se abrían camino hacia el cordón, eso me asustaba mucho. Entonces pensé: “esto no es para mi, ¿Por qué no conducir para una sola persona? Es mucho más relajado, ellos van de compras y vos te sentas y lees”, y me pareció una buena alternativa…” (L.D.)

Que genialidad, que gran paranoico. que gran historia.


En la Iglesia de los Paranoicos, Larry David es rey...

Loas al más grande...